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    El fanatismo de la línea más dura de la Iglesia católica seguirá tan cargada como hasta ahora

    El obispo José Ignacio Munilla Aguirre ciego por el fanatismo religiosa arremete contra los homosexuales y el feminismo en España.

    El miedo nos ha sometido constantemente a las religiones en muchas partes del mundo. Nosotros somos víctimas responsables de toda esta farsa y cómplices indirectos para que estos señores sigan estafando a centenares de miles de ingenuos en el planeta.

    Los ataques al feminismo y la supuesta «sanación» de homosexuales es el legado del obispo Munilla tras más de 12 años en Gipuzkoa
    «Prefiero ser menos popular y mantenerme fiel al evangelio, aunque eso nos traiga problemas de incomprensión», afirmó el polémico religioso en Radio María, donde llamó a su seguidores a no dejarse «contaminar por los medios de comunicación».

    Son miles de fanáticos los que han hecho de su fanatismo una ideología intrínseca en los seres humanos al mismo tiempo su gran negocio. Por lo visto nadie quiere morir y ese miedo a la muerte muchas veces los lleva a la conexión con la religión y por consiguiente peligrosamente al fanatismo.

    Este fanático obispo ultraconservador dejará Donostia y se trasladará a Alicante, donde asumirá las riendas de su respectiva diócesis. Lo hará con las mismas recetas y sentencias contra todo lo que mínimamente huela a izquierda, feminismo, aborto… La mochila de este religioso, afín a la línea más dura de la Iglesia, seguirá tan cargada como hasta ahora. Este obispo pertenece al Opus Dei una institución religiosa a la que el Papa Francisco le modificó su jerarquía. Desde ese momento este obispo se ha sentido muy molesto e incómodo, porque es partidario del bloque conservador que tiene fracturada la iglesia alejada de la doctrina del Papa Francisco. El Opus Dei tiene casi 100 años desde su fundación, y las reformas del actual Papa significan sus primeras modificaciones en la organización luego de 40 años.

    Las religiones llevan consigo historias buenas, malas, tediosas, bajas y altas. Con comprensión, atención y entendimiento pero todo es subjetivo absolutamente nada es objetivo. La relajación y la liberación de energías terminan siempre en sanación algo que no es objetivo y que casi siempre culmina en un término de sumisión y sometimiento religioso. Esto no quiere decir que la religión no sea positivo para los violentos. Ellos suele temerle a lo desconocido lo que significa una merma de su violencia y una pasividad más duradera. Según la historia los seres humanos más violentos son los que descargan más energía de su miseria y soledad al tiempo que liberan las carencias que agobian su pensamiento.

    Supongo que tampoco aquel que decide poner fin a su extenuada existencia, negando de ese modo a su «corporalidad-subjetividad viviente» y a la sustancia que anima y hace factible los incendios colosales que le queman el corazón y las borrascas tempestuosas que confunden su lúcido pensamiento y atentan contra la paz de su memoria. Éste también quiere vivir, teme desaparecer; después de pasar desapercibido, de ser un ser invisible, sufriendo en soledad sus enormes grietas y cardenales interiores, para el mundo externo, anhela permanecer por lo menos en la endeble y lánguida memoria colectiva de sus parientes y amigos.

    La muerte es algo que ningún ser humano está deseoso de que acaezca en los estadios más tempranos de su existencia, ni en ninguno; su ego está demasiado erguido y despegado de la tierra para aceptar que aquél tiene un fin, que es finito. La religión desde hace muchos siglos se ha aprovechado de esta debilidad y orgullo humanos y promete de forma gratuita la eternidad, al menos la cristiana algo que es subjetivo, así lo hace.

    La realidad en la que se despliega la naturaleza compleja de la religión evidencia claramente esa subjetividad

    La realidad en su crudeza, brutalidad e indiferencia, sin filtros, tal como es, y desprovista de toda prenda, no es fácil de soportar. Los religiosos y los dirigentes fanáticos que la dirigen rechazan rotundamente a los seres humanos que lo evidencian. Los llaman ateos, fariseos o demonios. Son intolerantes y radicales en sus creencias y no miran que la tolerancia es una forma de comprensión de los creyentes. El ateísmo es, en su sentido más amplio, la ausencia de la creencia en la existencia de las deidades. En sentido estricto, es el rechazo de la creencia de que cualquier deidad exista. En una definición aún más restringida, el ateísmo es específicamente la postura que defiende que no existen las deidades. Se opone al teísmo, que en su forma más general es la creencia en la existencia de al menos una deidad.

    Entonces, no miran con cabeza fría y objetivamente que existe seres humanos que no son ateos que sólo aplican el teísmo, porque no es lo mismo ser ateo que que mantener el teísmo ya lo explicamos en el párrafo anterior. Esto constituye los mayores temores, si no me creen consulten los escritos filosóficos de Platón. Casi nadie le gusta ir al doctor, el conocimiento de un diagnóstico poco favorable podría mandar a un sujeto a la tumba antes de tiempo. Es que, aunque se niegue, los seres humanos o naturalezas complejas como aquí se les denomina están en general inclinados a aceptar la mentira con mayor facilidad, lo que no se ajusta a sus disposiciones internas suele ser evitado. La verdad es que la realidad cuando se vuelve muy pesada, no es fácil de soportar.

    La popularidad de la mentira es muy arriesgada desde hace siglos atrás. Por eso no es de extrañar que 2.400 millones (32%) de los 7,300 millones de habitantes de la tierra se declaren como cristianos, esto pone de manifiesto que un número bien grueso de personas no quiere enfrentar la realidad tal como es, prefieren la mentira, prefieren creer, no pueden dudar, prefieren el dogma. El ser humano en general se siente más cómodo en el terreno del dogma pues aquel le suministra cierta paz mental que busca desesperadamente en este ring existencial sin árbitro.

    Resulta fácil suponer que la religión surgió debido a la incapacidad de los hombres y mujeres para aceptar adultamente que con la muerte, ese precipicio infinito donde se despeña el espíritu, se produce el fin definitivo de la conciencia; evento que no ocurre en un momento indicado y preciso de la vida, nunca se está preparado para él, por eso la mayoría de los seres humanos le teme tanto. Considero pertinente decir que fue el miedo a la muerte, al fracaso, y a todo lo feo e indeseable que existe en la naturaleza lo que originó el sentimiento religioso y la religión organizada a la postre; ese miedo cobarde individual y colectivo es lo que ha hecho posible los delirios milenarios y las empresas descabelladas de la religión.

    Miedo y religión parece una pareja indeseable desde la mirada de cierto tipo de esencialistas actuales, aunque nos aceche machaconamente desde las noticias que bombardean nuestro vivir anegado de información y desde esa «política del miedo» que nos envuelve entre sus redes que buscan aturdirnos y encapsular nuestra soledad estructural y convertirla en temerosa agonía. La religión hoy en día parece que se desea ámbito alejado de constricciones, más cerca de liberación que de prisión, de libertad que de coacción y si no fuera así, entonces parece que se debería de renunciar a ella y optar por otra cosa, como hacen quienes abogan por hablar
    de espiritualidad y no de religión para nombrar lo que creen y lo que viven y que imaginan alejado de todo lo institucionalizado y mediatizado (como si un proyecto de individualización de creencias como por el que apuestan pudiese volar lejos de la palestra de lo social hacia esferas impolutas). Desde esa óptica del habría de ser, desde luego, todo lo religioso nunca debería discurrir por los derroteros del miedo, no hubiera debido hacerlo y casi podrían atreverse a decir que si lo hizo, o lo hace, no deberíamos molestamos siquiera en mirarlo. Porque, en todo caso, el miedo se ha estimado como un sentimiento inapropiado, un asunto de cobardes, porque para ese otro terror sordo interior, ese horror aletargado y sin objeto, se preferían otros apelativos, más cultos y por tanto menos experimentables sin la tutela del especialista en definirlos. Por ejemplo optando por nombrarlo como angustia, un modo de hablar de estos asuntos supuestamente más filosóficos y psicológico.

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